viernes, 21 de junio de 2024

La familia es insustituible

 

La familia es insustituible y, como tal, ha de ser defendida con todo vigor. Es necesario hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada. Lo requiere no sólo el bien "privado" de cada persona, sino también el bien común de toda sociedad, nación y estado. La familia ocupa el centro mismo del bien común en sus varias dimensiones, precisamente porque en ella es concebido y nace el hombre. Es necesario hacer todo lo posible para que desde su momen­to inicial, desde su concepción, este ser humano sea querido, esperado, vivido como valor particular único e irrepetible. Debe sentirse importante, útil, amado y valorado, incluso si está inválido o es minusválido; es más, por esto precisamente más amado aún.

(JuanPablo II en las palabras a los jóvenes en la Basílica de San Pedro – 3 de enerode 1979)

La familia, lugar privilegiado

 

Como en Nazaret, Dios se hace presente también en todas las familias y se integra en el acontecer humano. Pues la familia, que es la unión del hombre y la mujer, está encaminada por su propia naturaleza a la procreación de nuevos hombres que van acompañados a lo largo de la existencia en el crecimiento físico y, sobre todo, en el crecimiento moral y espiritual, a través de una obra educativa diligente. Por consiguiente, la familia es el lugar privilegiado y el santuario donde se desarrolla toda la aventura grande e intima de cada persona humana irrepetible. Incumben a la familia, por tanto, deberes fundamentales, cuyo cumplimiento no puede dejar de enriquecer abundantemente a los responsables principales de la misma familia, haciendo de ellos los cooperadores más directos de Dios en la formación de nuevos hombres.

(JuanPablo II de las palabras a los jóvenes en la Basílica de San Pedro – 3 de enerode 1979)

Poder iluminar y convencer

 

Para poder comprometer auténticamente el tiempo propio y las propias capacidades en la salvación y santificación de las almas, primera y principal misión de la Iglesia, es necesario ante todo tener certeza y claridad sobre las verdades que se deben creer y practicar. Si hay inseguridad, incertidumbre, confusión, contradicción, no se puede construir. Especialmente hoy es necesario poseer una fe iluminada y convencida, para poder iluminar y convencer. El fenómeno de la "culturización" de masas exige una fe profunda, clara, segura.

(Del discurso de Juan Pablo II a los miembros de la Acción Católica Italiana  30 de diciembre de 1978)

viernes, 7 de junio de 2024

Esencia de una escuela cristiana

 En una época como la nuestra es urgente, más que en el pasado, conservar la imagen —la tipología, diría— de una escuela cristiana que, dentro de la observancia siempre leal de las normas generales de la competente legislación escolar del respectivo país, asume como su punto de partida y además como su meta de llegada el ideal de una educación integral —humana, moral y religiosa— según el Evangelio de Nuestro Señor. Antes que los programas de estudio, antes que los contenidos de los diversos cursos de enseñanza —vosotros lo sabéis bien— para una escuela auténticamente cristiana es y será siempre esencial esta referencia indeclinable a la pedagogía superior y trascendente de Cristo-Maestro. Privada de esto, le faltaría la fuente misma de inspiración, le faltaría su eje central, le faltaría el elemento específico que la define y caracteriza entre las otras estructuras organizativas didácticas, o los otros centros de promoción cultural.

lunes, 3 de junio de 2024

Juan Pablo II a los médicos católicos (3 de 3)

 

El Papa une su voz gustosamente a la de todos los médicos de recta conciencia y hace propias sus demandas fundamentales: en primer lugar, la de ver reconocida la naturaleza más íntima de su noble profesión, que los quiere servidores de la vida y nunca instrumentos de muerte; también un respeto pleno y total, en la legislación y en la práctica, a su libertad de conciencia, entendida como derecho fundamental de la persona para no ser forzada a obrar contra la propia conciencia, ni se le impida comportarse de acuerdo con ella; finalmente, una indispensable y firme protección jurídica de la vida humana en todos sus estadios, también en las adecuadas estructuras activas que favorecen la acogida gozosa de la vida naciente, la promoción eficaz durante su desarrollo y madurez, y su tutela cuidadosa y delicada cuando comienza su decadencia y hasta su muerte natural.

(Del discursode Juan Pablo II a la Asociación de Médicos Católicos Italianos)

Juan Pablo II a los médicos católicos (2 de 3)

 

Como ministro del Dios a quien presenta la Sagrada Escritura como «amante de la vida» (cf. Sab 11, 25), quiero manifestar también mi sincera admiración hacia todos los cirujanos que, siguiendo el dictamen de la recta conciencia, saben resistir cada día a las lisonjas, presiones, amenazas y tal vez hasta violencia física, para no mancharse con comportamientos siempre lesivos de ese bien sagrado que es la vida humana: su testimonio valiente y coherente constituye una aportación importantísima para la construcción de una sociedad que, por ser a la medida del hombre, no puede menos de poner en su base el respeto y la protección del presupuesto primordial de cualquier otro derecho humano, esto es, el derecho a vivir.

(Del discursode Juan Pablo II a la Asociación de Médicos Católicos Italianos)

Juan Pablo II a los médicos católicos (1 de 3)

 La dignidad y la responsabilidad de esta misión jamás serán comprendidas suficientemente, ni expresadas adecuadamente. Asistir, curar, confortar, sanar el dolor humano, es tarea que por su nobleza, utilidad y su ideal, se acerca mucho a la vocación misma del sacerdote. Tanto en el uno como en el otro oficio encuentra, efectivamente, la más inmediata y evidente manifestación el mandamiento supremo del amor al prójimo, un amor llamado no pocas veces a actualizarse aun en formas que tocan el verdadero y real heroísmo. No debe asombrar, por tanto, la solemne advertencia de la Sagrada Escritura: «Honra al médico antes que lo necesites, porque también a él lo creó el Señor. Pues el Altísimo tiene la ciencia de curar...» (Sir 38, 1-2).