lunes, 22 de abril de 2024

La Iglesia al servicio de la justicia y de la paz

 El primer servicio que debe prestar la Iglesia a la causa de la justicia y de la paz, es invitar a los hombres a abrirse a Jesucristo. En El volverán a captar su dignidad esencial de hijos de Dios, formados a la imagen de Dios, dotados de posibilidades insospechadas que los capacitan para afrontar las tareas del momento, ligados los unos a los otros a través de una fraternidad que tiene sus raíces en la paternidad de Dios. En El llegarán a ser libres para un servicio responsable. ¡Que no tengan miedo! Jesucristo no es ni un extraño ni un competidor. No hace sombra a nada au­ténticamente humano, ya sea la per­sona o sus varios logros científicos y sociales.


(Juan Pablo II en su discurso del 11 de noviembre de 1978  a la Pontificia Comisión “Iustitia et pax”)

viernes, 19 de abril de 2024

La vocación religiosa

 

La vocación religiosa se sitúa en la aceptación de una disciplina severa que no dimana de un mandamiento, sino de un consejo evangélico: consejo de castidad, consejo de pobreza, consejo de obediencia. Y todo ello, abrazado conscientemente y radicado en el amor al Esposo divino, constituye de hecho la revelación especial de la profundidad que posee la libertad del Espíritu humano. Libertad de los hijos de Dios: hijos e hijas. Dicha vocación procede de una fe viva y coherente hasta las últimas consecuencias, que abre al hombre la perspectiva final, o sea, la perspectiva del encuentro con Dios mismo, el único digno de un amor "sobre todas las cosas", amor exclusivo y esponsalicio.

Este amor consiste en la donación de todo nuestro ser humano, alma y cuerpo, a Aquel que se ha dado enteramente a nosotros los hombres mediante la Encarnación, la cruz y la humillación, mediante la pobreza, castidad y obediencia: se hizo pobre por nosotros... para que nosotros fuéramos ricos (cf. 2 Cor 8, 9)…... Esta vocación es como la chispa que enciende en el alma una "llama de amor viva", como escribió San Juan de la Cruz. Una vez aceptada, una vez confirmada solemnemente por medio de los votos, esta vocación debe alimentarse continuamente con la riqueza de la fe, no sólo cuando trae consigo gozo interior, sino también cuando va unida a dificultades, aridez, sufrimiento interior, la llamada "noche" del alma…..Esta vocación es un tesoro peculiar de la Iglesia que no puede cesar de orar para que el Espíritu de Jesucristo suscite vocaciones religiosas en las almas.

(del discurso de Juan PabloII del 10 de noviembre de 1978)

martes, 16 de abril de 2024

Amar el sacerdocio – gran “sacramento social” y testimonio

 

Debemos amar desde lo más profundo del alma nuestro sacerdocio, como gran "sacramento social". Debemos amarlo como la esencia de nuestra vida y nuestra vocación, como base de nuestra identidad cristiana y humana.Ninguno de nosotros puede estar dividido en sí mismo.

El sacerdocio sacramental, el sacerdocio ministerial, exige una fe particular, un empeño especial de todas las fuerzas del alma y del cuerpo, exige un aprecio especial de la propia vocación en cuanto voca­ción excepcional. Cada uno de nosotros debe agradecer de rodillas a Cristo el don de esta vocación: «¿Qué podré yo dar a Yavé por todos los beneficios que me ha hecho? Tomaré el cáliz de la salvación e invocaré el nombre de Yavé» (Sal 115)… Debemos tomar el "cáliz de la salvación".

Somos necesarios a los hombres, somos inmensamente necesarios, y no a medio servicio ni a medio tiempo, como si fuéramos, unos "empleados". Somos necesarios como el que da testimonio, y despertamos en los otros la necesidad de dar testimonio. Y si alguna vez puede parecer que no somos necesarios, quiere decir que debemos comenzar a dar un testimonio más claro, y entonces nos percataremos de lo mucho que el mundo de hoy necesita de nuestro testimonio sacerdotal, de nuestro servicio, de nuestro sacerdocio.

(del discurso de Juan Pablo II  al Clero de Roma, 9 de noviembre de 1978)

Comunion y unión de sacerdotes, obispo y pueblo de Dios

 

La comunión de los sacerdotes entre sí y con el obispo, es la condición fundamental de la unión entre todo el Pueblo de Dios. Aquella construye su unidad en el pluralismo y en la solidaridad cristiana. La unión de los sacerdotes con el obispo debe convertirse en la fuente de la unión mutua entre los sacerdotes y los grupos de sacerdotes. Esta unión, en cuya base encontramos la conciencia de la grandeza de la propia misión, se expresa en el intercambio de servicios y experiencias, en la disponibilidad a colaborar, en la inserción en todas las actividades pastorales, sea en la parroquia o la catequesis o al dirigir la acción apostólica de los laicos..

 (del discurso de Juan Pablo II  al Clero de Roma, 9 de noviembre de 1978)

viernes, 12 de abril de 2024

Juan Pablo II a los jóvenes: Buscad, amad y testimoniad a Jesus (3 de 3)

 Testimoniad a Jesus

Dad testimonio de Jesús con vuestra fe valiente y vuestra inocencia.

Es inútil lamentarse de que los tiempos son malos. Como ya escribía San Pablo, hay que vencer el mal haciendo bien (cf. Rom 12, 21). El mundo estima y respeta la valentía de las ideas y la fuerza de la virtud. No tengáis miedo de rechazar palabras, gestos y actitudes no conformes con los ideales cristianos. Sed valientes para oponeros a todo lo que destruye vuestra inocencia o desflora la lozanía de vuestro amor a Cristo.

Buscar a Jesús, amarle, dar testimonio de El.

Sea éste vuestro afán; ésta es la consigna que os dejo.

Actuando así no sólo conservaréis en vuestra vida el gozo verdadero, sino que también reportaréis beneficio a la sociedad entera, que tiene necesidad de coherencia con el mensaje evangélico antes que nada.

(Juan Pablo II en elencuentro con los jóvenes en la Basílica de san Pedro 8 de noviembre de 1978)

Juan Pablo II a los jóvenes: Buscad, amad y testimoniad a Jesus (2 de 3)

 

Amad a Jesus!

Jesús no es una idea ni un sentimiento ni un recuerdo. Jesús es una "persona" viva siempre y presente entre nosotros.

Amad a Jesús presente en la Eucaristía. Está presente de modo sacrificial en la Santa Misa que renueva el Sacrificio de la cruz. Ir a Misa significa ir al Calvario para encontrarnos con El, nuestro Redentor.

Viene a nosotros en la santa comunión y queda presente en el sagrario de nuestras iglesias, porque El es nuestro amigo, amigo de todos, y desea ser especialmente amigo y fortaleza en el camino de vuestra vida de muchachos y jóvenes que tenéis tanta necesidad de confianza y amistad.

Amad a Jesús presente en la Iglesia a través de los sacerdotes; presente en la familia por medio de vuestros padres y de vuestros seres queridos.

Amad a Jesús presente especialmente en los que sufren del modo que sea: físicamente, moralmente, espiritualmente. Sea vuestro empeño y programa amar al prójimo descubriendo en él el rostro de Cristo.

(Juan Pablo II en elencuentro con los jóvenes en la Basílica de san Pedro 8 de noviembre de 1978)

Juan Pablo II a los jóvenes: Buscad, amad y testimoniad a Jesus (1 de 3)

 Buscad a Jesus

Hoy no podemos quedarnos en una fe cristiana superficial o de tipo sociológico; los tiempos han cambiado, bien lo sabéis. El aumento de la cultura, la influencia incesante de los mass-media, el conocer las vicisitudes humanas pasadas y presentes, el aumento de la sensibilidad y de la exigencia de certeza y claridad sobre las verdades fundamentales, la presencia masiva de concepciones ateas, agnósticas e incluso anticristianas en la sociedad y en la cultura, reclaman fe personal, es decir, buscada con ansia de verdad para vivirla luego integralmente.

Es necesario pues llegar a la convicción clara y cierta de la verdad de la propia fe cristiana, es decir, en primer lugar de la historicidad y divinidad de Cristo, y de la misión de la Iglesia que El quiso y fundó. Cuando se está verdaderamente convencido de que Jesús es el Verbo Encarnado y está siempre presente en la Iglesia, entonces se acepta plenamente su "palabra" porque es palabra divina que no engaña ni se contradice, y nos da el sentido único y verdadero de la vida y de la eternidad. En efecto, ¡El solo tiene palabras de vida eterna! ¡El solo es el camino, la verdad y la vida!

(Juan Pablo II en elencuentro con los jóvenes en la Basílica de san Pedro 8 de noviembre de 1978)