En
la gran Vigilia pascual, con gozo, que desemboca en el canto
del Aleluya, la Iglesia celebra la noche del "nuevo éxodo" hacia la
tierra prometida. Conmemora la noche santa, en la que el Señor resucitó, y vela
en espera de su vuelta, cuando la Pascua llegue a su plenitud.
Tres
símbolos caracterizan las tres partes de la liturgia de la Noche santísima que
nos libera de la antigua condena y nos reúne como hermanos en el único pueblo
del Señor: la luz, el agua y el pan. Signos que, recordando los sacramentos de
la iniciación cristiana, traducen el sentido de la victoria de Cristo para nuestra
salvación.
En
todos predomina el simbolismo fundamental de la "noche iluminada", de
la "noche vencida por el día", que canta la Vida que nace de la
muerte y de la resurrección de Cristo: Él es nuestra Pascua (cf. 1 Co 5,
7); Él es la luz que ilumina el destino del hombre, liberándolo de las
tinieblas del pecado.
Ante
el día que avanza, resuena con fuerza la invitación del Apóstol a despojarse de
las obras de las tinieblas para revestirse del Señor Jesús (cf. Rm 13,
12-14), para que la victoria de Cristo actúe cada vez más profundamente en
nosotros, en espera de la Pascua eterna.
(de la Audiencia Generalde Juan Pablo II 3 de abril de 1996)