viernes, 15 de noviembre de 2024

Misión y dialogo con los no cristianos

 

El respeto y estima "del otro" y de todo lo que éste tiene en lo hondo del corazón, son esenciales al diálogo. A ello debe añadirse discernimiento y conocimiento sinceros y profundos. Este último no se aprende sólo en los libros. Reclama amistad e identificación. Hace tiempo que se dio a estas condiciones del diálogo una formulación filosófica moderna: San Pablo escribió sobre su disponibilidad a hacerse todo para todos: "todo lo hago por el Evangelio, para participar en él" (1 Cor 9, 23). Como nos enseña asimismo San Pablo, en el diálogo la palabra no llega a ser constructiva ni provechosa sin amor. Palabra y amor son el verdadero vehículo de comunicación. La única palabra verdaderamente perfecta es la que se dice con amor. Y precisamente porque para ser eficaz la palabra debe ir unida al amor, es necesario y urgente, según escribí en mi Encíclica, que la misión y el diálogo con los no cristianos se lleve a cabo por cristianos que colaboran y viven en comunión entre sí (cf. Redemptor hominis6 y 11). Por ello, me da alegría ver aquí presentes en esta asamblea plenaria a representantes cualificados de la Iglesia ortodoxa griega y del Consejo mundial de las Iglesias.

(deldiscurso de Juan Pablo II a la Asamblea Plenaria del Secretariado para los nocristianos – 27 de abril de 1979)

Tarea de la ciencia biblica

 

Evidentemente toca a la ciencia bíblica y a sus métodos hermenéuticos establecer la distinción entre lo que es caduco y lo que debe conservar siempre su valor. Pero es ésta una operación que requiere sensibilidad aguda en extremo no sólo en el plano científico y teológico, sino también y sobre todo en el plano eclesial y de la vida.

Dos consecuencias se desprenden de todo ello, diferentes y complementarias a un tiempo.

La primera se refiere al gran valor de las culturas; si en la historia bíblica éstas ya fueron consideradas capaces de ser vehículos de la Palabra de Dios, es porque en ellas está inserto algo muy positivo que es ya presencia en germen del Logos divino. Del mismo modo, el anuncio de la Iglesia no teme servirse en la actualidad de expresiones culturales contemporáneas; así que a causa de cierta analogía con la humanidad de Cristo, aquéllas están llamadas, por así decir, a participar de la dignidad del mismo Verbo divino.

Pero hay que añadir en segundo lugar que del mismo modo se ve aflorar el carácter puramente instrumental de las culturas, sometidas siempre a fuertes cambios bajo la influencia de una evolución histórica muy marcada: "Sécase la hierba, marchítase la flor, cuando sobre ellas pasa el soplo de Yavé" (Is 40, 8). Determinar con precisión las relaciones existentes entre las variaciones de la cultura y la constante de la revelación es cabalmente la tarea ardua y a la mas entusiasmarte de los estudios bíblicos y de toda la vida de la Iglesia.

(del discurso de Juan Pablo II a la Asamblea plenaria de la Pontifica Comisión Bíblica – 26 de abril de 1979)

Pablo VI un faro de luz

 

Frente a la secularización que ha embestido a la sociedad y a los fermentos que han turbado desde dentro a la Iglesia en los años pasados, Pablo VI, incomprendido, y a veces incluso calumniado, fue siempre un faro de luz para todos los hombres, confirmando continuamente en la fe a sus hermanos. Me agrada recordar lo que he escrito de él en la reciente Encíclica Redemptor hominis: «Como timonel de la Iglesia, barca de Pedro, sabía conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial, incluso en los momentos más críticos, cuando parecía que ella era sacudida desde dentro, manteniendo una esperanza inconmovible en su compactibilidad... Se debe gratitud a Pablo VI porque, respetando toda partícula de verdad contenida en las diversas opiniones humanas, ha conservado igualmente el equilibrio providencial del timonel de la barca» (núms. 3 y 4).

Los discursos, las Encíclicas, las Exhortaciones Apostólicas que nos ha dejado en herencia, son un monumento de doctrina, una verdadera Summa Theologica.

(del discurso de JuanPablo II a un grupo de peregrinos de Brescia, Italia)

Elementos esenciales del sacerdocio católico

 

Nuestra fuerza interior está en la vocación.

 ¡Hemos sido llamados! ¡Esta es la verdad fundamental que debe infundirnos ánimo y alegría! Jesús mismo dice a los Apóstoles: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16).  (…)  La llamada nos da la fuerza para ser con constancia y fidelidad lo que somos: en los momentos de serenidad, pero sobre todo en los momentos de crisis y desaliento, digámonos a nosotros mismos: «¡Animo! ¡He sido llamado! "Heme aquí, envíame a mi" » (Is 6, 8).

Nuestro gozo es la Eucaristía.

Recordemos las palabras del divino Maestro a los Apóstoles: "Os llamo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15).

El sacerdote es ante todo para la Eucaristía y vive de la Eucaristía. ¡Nosotros podemos "consagrar" y encontrar personalmente a Cristo con el poder divino de la "transustanciación"; nosotros podemos recibir a Jesús vivo, verdadero, real; podemos distribuir a las almas el Verbo, encarnado, muerto y resucitado por la salvación del mundo! ¡Cada día estamos en audiencia privada con Jesús!

(…)

Finalmente, nuestra preocupación debe ser el amor y el servicio a las almas, en el puesto que la Providencia nos ha asignado por medio de los superiores. En cualquier lugar que nos encontremos, en las agitadas parroquias de las metrópolis, como en los pueblos aislados de las montañas, allí siempre hay personas que amar, servir, salvar; siempre hay que meditar en las palabras consoladoras que sellarán nuestro destino eterno: "¡Muy bien, siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, ven y toma parte en el gozo de tu Señor!" (cf. Mt 25, 23).

 

(Del discurso de Juan Pablo II a un grupo de sacerdotes de Milan – 21 de abril de 1979)

miércoles, 30 de octubre de 2024

El peligro de ser un sacerdote “asimilado”

 El criterio más válido de autenticidad sacerdotal en la semejanza con Cristo, "Buen Pastor" y el modo más eficaz de actualizar una presencia "significativa" entre los hombres de hoy, en el compromiso de ofrecer a los otros el testimonio de una personalidad sacerdotal que sea para todos "un claro y límpido signo a la vez que una indicación" ……., no es cediendo a las sugestiones de un fácil aseglaramiento expresado o en el abandono del traje eclesiástico o en la asimilación de costumbres mundanas o tomando un oficio profano; no es éste el camino para acercarse eficazmente al hombre de hoy. Esta asimilación quizá podría dar la impresión, a primera vista, de una facilidad de contacto; pero, ¿para qué valdría, si hubiese de ser "pagada" con la pérdida de la función específica evangelizadora y santificadora que hace del sacerdote la sal de la tierra y la luz del mundo? El peligro de que la sal se vuelva insípida o de que la luz sea sofocada, ya lo admitió claramente como hipótesis Jesús en el Evangelio (Mt 5, 13-16). ¿Para qué serviría un sacerdote "asimilado" al mundo de tal forma que se convirtiera en elemento disfrazado del mismo y no ya en fermento transformador?

miércoles, 23 de octubre de 2024

En qué consiste la educación católica

 

La educación católica consiste sobre todo en comunicar a Cristo, en coadyuvar a que se forme Cristo en la vida de los demás. Como dice el Concilio Vaticano II, los que han sido bautizados deben hacerse más conscientes cada día del don de la fe recibida, aprender a adorar a Dios Padre en espíritu y en verdad, formándose para vivir según el hombre nuevo en justicia y en la santidad de la verdad (cf. Gravissimum educationis, 2). Estos son sin duda alguna objetivos esenciales de la educación católica. El proponérselos e impulsarlos da sentido a la escuela católica, y pone en evidencia la dignidad de la vocación del educador católico. Sí, se trata ante todo de comunicar a Cristo y ayudar a que su Evangelio ennoblecedor eche raíces en el corazón de los creyentes. Por ello, sed fuertes al perseguir estos objetivos. La causa de la educación católica es la causa de Jesucristo y de su Evangelio al servicio del hombre.

(del Mensaje de JuanPablo II a la Asociación Nacional de Educadores católicos de los Estados Unidos,16 de abril de 1979)

miércoles, 9 de octubre de 2024

Contribuir a construir la Iglesia : el Cuerpo de Cristo

 

Cada uno de nosotros, en el ámbito de la sociedad, pero particularmente en el ámbito de la Iglesia, tiene una vocación y una responsabilidad. Cada uno de los cristianos en la comunidad del Pueblo de Dios debe contribuir a la construcción del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Este es el "servicio real" del que habla el Concilio Vaticano II (Lumen gentium, 36), en virtud del cual, no sólo el Papa, los obispos, los sacerdotes, sino todos los cristianos, vale decir, los esposos, los padres, las mujeres y los hombres de condiciones y profesiones diversas, deben construir su vida…

(del discursode Juan Pablo II a los agentes de policía – 14 de abril de 1979)