El
respeto y estima "del otro" y de todo lo que éste tiene en lo hondo
del corazón, son esenciales al diálogo. A ello debe añadirse discernimiento y
conocimiento sinceros y profundos. Este último no se aprende sólo en los
libros. Reclama amistad e identificación. Hace tiempo que se dio a estas
condiciones del diálogo una formulación filosófica moderna: San Pablo escribió
sobre su disponibilidad a hacerse todo para todos: "todo lo hago por el
Evangelio, para participar en él" (1 Cor 9, 23). Como nos enseña asimismo San Pablo, en el
diálogo la palabra no llega a ser constructiva ni provechosa sin amor. Palabra
y amor son el verdadero vehículo de comunicación. La única palabra
verdaderamente perfecta es la que se dice con amor. Y precisamente porque para
ser eficaz la palabra debe ir unida al amor, es necesario y urgente, según
escribí en mi Encíclica, que la misión y el diálogo con los no cristianos se
lleve a cabo por cristianos que colaboran y viven en comunión entre sí (cf. Redemptor hominis, 6 y 11). Por ello, me da alegría ver aquí presentes en esta
asamblea plenaria a representantes cualificados de la Iglesia ortodoxa griega y
del Consejo mundial de las Iglesias.