sábado, 13 de diciembre de 2025

Dios es la santidad porque es amor (1 Jn 4, 16).

 Mediante el amor está separado absolutamente del mal moral, del pecado, y está esencial, absoluta y transcendentalmente identificado con el bien moral en su fuente, que es Él mismo. En efecto, amor significa precisamente esto: querer el bien, adherirse al bien. De esta eterna voluntad de Bien brota la infinita bondad de Dios respecto a las criaturas y, en particular, respecto al hombre. Del amor nace su clemencia, su disponibilidad a dar y a perdonar, la cual ha encontrado, entre otras cosas, una expresión magnífica en la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, que refiere Lucas (Cf. Lc 15, 11-32). El amor se expresa en la Providencia, con la cual Dios continúa y sostiene la obra de la creación.

(Juan Pablo II Audiencia General 18 de diciembre de 1985)


Regem venturum Dominum, venite adoremus – Aquel que debe venir

Durante estos días, en las semanas de Adviento, toda la Iglesia se abre hacia Aquel que debe venir: Regem venturum Dominum, venite adoremus. Sabemos que es un Rey admirable… Sabemos también que este Rey, al que nos dirigimos durante el Adviento con toda la fuerza de nuestra fe y de la esperanza, vendrá al mundo y carecerá de casa, teniendo como primer lugar de refugio un establo destinado a los animales. Y, en el curso de este período litúrgico, nos preparamos precisamente para acoger con tanta mayor ferviente espera y con tanto mayor amor al que viene ―humanamente hablando― en este abajamiento: hacemos esto para comenzar de nuevo junto con Él, en la noche de Navidad, en la admirable noche del "comienzo nuevo", la etapa ulterior de nuestra vida.

Así espera la Iglesia al que debe venir. No es una espera pasiva. El Adviento es el tiempo de una cooperación especial, en el Espíritu de la esperanza humilde y gozosa, con ese Verbo de Vida, que pronuncia Dios eternamente, y que pronuncia, siempre de nuevo, para cada uno de los hombres, para cada generación, para cada época.

(JuanPablo II Ángelus 9 de diciembre de 1979)

jueves, 4 de diciembre de 2025

El Adviento prepara al hombre para su propio nacimiento de Dios

 

Todo el Adviento permanece en la perspectiva del nacimiento. Sobre todo de ese nacimiento en Belén que representa el punto culminante de la historia de la salvación. Desde el momento de ese nacimiento, la espera se transforma en realidad. El "ven" del Adviento se encuentra con el "ecce adsum" de Belén.

Sin embargo, esta primera perspectiva del nacimiento se transforma en una ulterior. El Adviento nos prepara no sólo al nacimiento de Dios que se hace hombre. Prepara también al hombre a su propio nacimiento de Dios. Efectivamente, el hombre debe nacer constantemente de Dios. Su aspiración a la verdad, al bien, a lo bello, al absoluto se realiza en este nacimiento. Cuando llegue la noche de Belén y luego el día de Navidad, la Iglesia dirá ante el recién Nacido, que, como todo recién nacido, demuestra la debilidad y la insignificancia: "A cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Adviento prepara al hombre a este "poder": a su propio nacimiento de Dios. Este nacimiento es nuestra vocación. Es nuestra heredad en Cristo. El nacimiento que dura y se renueva. El hombre debe nacer de Dios siempre de nuevo en Cristo; debe renacer de Dios.

(San Juan Pablo II Homilia  en la Misa para los universitarios romanos –19 de diciembre de 1980) 

La “expresión ignorada del Adviento para el hombre”

 

“La cultura, la ciencia, el servicio a la verdad y a la belleza son, efectivamente, con mucha frecuencia la expresión ignorada del Adviento para el hombre, son la manifestación del hecho de que él vive en una espera que, a la vez, es una aspiración; y la medida de esta aspiración es más grande que la forma solamente material de la producción y del consumo, que la civilización contemporánea trata de imponer a la vida humana”

 

(San Juan Pablo II Homilia  en la Misa para los universitarios romanos –19 de diciembre de 1980) 

sábado, 29 de noviembre de 2025

La vocación y el Adviento

 

 “Toda vocación es un don precioso en el que el Señor se acerca y sale al encuentro de toda la comunidad del Pueblo de Dios. Es, pues, como un signo particular de Adviento. Por esto, durante este período litúrgico, damos gracias y, a la vez, pedimos por ellas.”

 

(Juan Pablo II Ángelus12 de diciembre de 1982)

El Adviento ecuménico

 “El amor de Dios "que se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom. 5, 5), acelere el tiempo del Adviento ecuménico. Acerque el día de la unión de las Iglesias hermanas y de todos los cristianos en el único Cuerpo de Cristo.”

Adviento: invitación a la Paz del Señor

 

 “El Adviento trae consigo la invitación a la paz de Dios para todos los hombres. Es necesario que nosotros construyamos esta paz y la reconstruyamos continuamente en nosotros mismos y con los otros: en las familias, en las relaciones con los cercanos, en los ambientes de trabajo, en la vida de toda la sociedad.”

 

 (San Juan Pablo II Homilia 30 de noviembre de 1980)