“En una perspectiva de
auténtico personalismo, la enseñanza de la Iglesia implica la afirmación de la
posibilidad de la constitución del matrimonio como vínculo indisoluble entre
las personas de los cónyuges, esencialmente orientado al bien de los cónyuges mismos
y de los hijos. En consecuencia, contrastaría con una verdadera dimensión
personalista la concepción de la unión conyugal que, poniendo en duda esa
posibilidad, llevara a la negación de la existencia del matrimonio cada vez que
surjan problemas en la convivencia. En la base de una actitud de este tipo, se
halla una cultura individualista, que es la antítesis de un verdadero
personalismo. «El individualismo supone un uso de la libertad por el cual
el sujeto hace lo que quiere, "estableciendo" él mismo "la ver
dad" de lo que le gusta o le resulta útil. No admite que otro
"quiera" o exija algo de él en nombre de una verdad objetiva. No
quiere "dar" a otro basándose en la verdad; no quiere convertirse en
una "entrega sincera"» (Carta
a las familias, 14).”
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