“La Iglesia, al acercarse a los hombres que
sufren y al misterio del dolor, se guía por una precisa concepción de la
persona humana y de su destino según los designios de Dios. Considera la
medicina y los cuidados terapéuticos no sólo como algo que se refiere
únicamente al bien y a la salud del cuerpo, sino que afecta a la persona como
tal, a la que el mal ataca en el cuerpo. Efectivamente, la enfermedad y el
dolor no son experiencias que afectan exclusivamente a la condición corporal
del hombre, sino a todo el hombre en su integridad y unidad de cuerpo y alma.
Por lo demás, es evidente que a veces la enfermedad, que se manifiesta en el
cuerpo, tiene su origen y verdadera causa en lo más íntimo del alma humana.”
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