En nuestras sociedades, marcadas por el fenómeno global de la migración, es preciso buscar un justo equilibrio entre el respeto de la propia identidad y el reconocimiento de la ajena. En efecto, es necesario reconocer la legítima pluralidad de las culturas presentes en un país, en compatibilidad con la tutela del orden, del que dependen la paz social y la libertad de los ciudadanos.
En efecto, se deben excluir tanto los modelos
asimilacionistas, que tienden a hacer que el otro sea una copia de sí, como los
modelos de marginación de los inmigrantes, con actitudes que pueden llevar
incluso a la práctica del apartheid. Es preciso seguir el
camino de la auténtica integración (cf. Ecclesia in Europa, 102), con una
perspectiva abierta, que evite considerar sólo las diferencias entre
inmigrantes y autóctonos (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2001, n. 12).
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