… la
Misa es la viva actualización del sacrificio de la Cruz. Bajo las especies de pan y vino, sobre las que
se ha invocado la efusión del Espíritu Santo, que actúa con una eficacia del
todo singular en las palabras de la consagración, Cristo se ofrece al Padre con
el mismo gesto de inmolación con que se ofreció en la cruz. « En este divino
sacrificio, que se realiza en la Misa, este mismo Cristo, que se ofreció a sí
mismo una vez y de manera cruenta sobre el altar de la cruz, es contenido e
inmolado de manera incruenta »[70]. A su sacrificio Cristo une el de la Iglesia: « En la
Eucaristía el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de
su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su
trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor
nuevo »[71]. Esta participación de toda la comunidad asume un particular
relieve en el encuentro dominical, que permite llevar al altar la semana transcurrida
con las cargas humanas que la han caracterizado.
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