La Iglesia vive una vida auténtica,
cuando profesa y proclama la misericordia—el atributo más estupendo
del Creador y del Redentor—y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la
misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora. En este
ámbito tiene un gran significado la meditación constante de la palabra de Dios,
y sobre todo la participación consciente y madura en la Eucaristía y en
el sacramento de la penitencia o reconciliación.
(De la Enciclica Dives in Misericordia de Juan Pablo II)
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