No se puede disociar la cruz del trabajo humano. No se puede separar a Cristo del trabajo humano… Pero Cristo no aprobará jamás que el hombre sea considerado —o que se considere a sí mismo— únicamente como instrumento de producción, que sea apreciado, estimado y valorado según este principio. ¡Cristo no lo aprobará jamás! Por esto se dejó clavar en la cruz, como sobre el gran umbral de la historia espiritual del hombre, para oponerse a cualquier degradación del hombre, incluso la degradación mediante el trabajo. Cristo permanece ante nuestros ojos en su cruz, para que todo hombre sea consciente de la fuerza que él le ha dado: "Dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12).
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