“El Espíritu Santo es
el autor de nuestra santificación: Él transforma al hombre en su interior, lo
diviniza, lo hace partícipe de la naturaleza divina (cf. 2 Pe 1, 4),
como el fuego vuelve incandescente al metal, como brotaba el agua para apagar
la sed: "fons vivus, ignis, caritas". La gracia la comunica el
Espíritu Santo por medio de los sacramentos, que acompañan al hombre durante
todo el arco de su existencia. Y, mediante la gracia, Él se convierte en el
dulce huésped del alma: "dulcis hospes animae": habita en nuestro
corazón; es el animador de las energías secretas, de las opciones valientes, de
la fidelidad inquebrantable. Él nos hace vivir en la abundancia de la vida: de
la misma vida divina.”
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