“En razón de nuestra llamada a ser Pastores del rebaño, sentimos que debemos presentarnos como humildes servidores del Evangelio. Nuestras directrices serán eficaces solamente en la medida en que nuestro discipulado sea genuino, en la medida en que las bienaventuranzas sean la inspiración de nuestras vidas, en la medida en que nuestro pueblo encuentre realmente en nosotros la benevolencia, sencillez de vida y caridad universal que ellos esperan. Nosotros, que por mandato divino debemos proclamar las obligaciones de la ley cristiana y que debemos llamar a nuestro pueblo a la conversión y renovación constantes, sabemos que la invitación de San Pablo se aplica sobre todo a nosotros:"Vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas"(Ef 4, 24).. La santidad de la conversión personal es efectivamente la condición para nuestro fructuoso ministerio como obispos de la Iglesia. Nuestra unión con Jesucristo es la que determina la credibilidad de nuestro testimonio del Evangelio y la eficacia sobrenatural de nuestra actividad. Podemos proclamar con convicción "la insondable riqueza de Cristo" (Ef 3, 8) solamente si perseveramos con fe en el amor y en la amistad de Jesús, solamente si continuamos viviendo en la fe del Hijo de Dios.”
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