“Sé
que tenéis sufrimientos…Defended, sí, vuestros bosques, vuestras tierras,
vuestra cultura como algo que legítimamente os pertenece, pero sin olvidar la
común condición de hijos de un mismo Dios, que repudia la violencia,
la venganza, los odios. Ved en las otras razas, pueblos y gentes que comparten
vuestro mismo cielo, ríos y bosques, lo que son de verdad: hermanos en Cristo,
rescatados por su preciosa Sangre, llamados con vosotros a una convivencia en
paz. Así también debéis ser apreciados vosotros por los demás: como hijos de
Dios, miembros de la única Iglesia, hermanos entre hermanos.
Pero
no podéis cerraros a los demás. Abrid las puertas a quienes se acercan a
vosotros con un mensaje de paz y con las manos dispuestas a ayudaros. Entrad
en comunicación con otras culturas y ámbitos más amplios, para
enriqueceros mutuamente sin perder vuestra legítima identidad. Dejaos
iluminar por el Evangelio que purifica y ennoblece vuestras
tradiciones. No consideréis una pérdida el abandono de aquello que os alejaría
de lo que Cristo enseña (Cf.. Matth. 18, 30) y, por tanto, de
alcanzar una vida digna de los hijos de Dios.”
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