“Algunos cristianos
miran a veces a la Iglesia
como si estuvieran fuera, al margen de ella. La critican como si nada tuvieran
que ver con ella. Toman distancias de la Iglesia, como si la relación de ella con
Jesucristo, su Fundador, fuera accidental y ella hubiera surgido como mera
consecuencia ocasional de su vida y de su muerte; como si El no estuviera vivo
en la Iglesia,
en su enseñanza y en su acción sacramental; como si ella no fuera el misterio
mismo de Cristo confiado a los hombres. A otros, la Iglesia les resulta
indiferente, ajena. En cambio, para los cristianos conscientes, que saben “de
qué espíritu son” (cf. Lc 9, 55), la
Iglesia es Madre. Sí, queridos hermanos: la Iglesia es vuestra madre;
es la madre de todos los cristianos. Ella nos ha engendrado a la vida eterna
por el bautismo, sacramento del nuevo nacimiento (cf. Gv 3, 5). Nos ha llevado
a la madurez de los hijos de Dios en el sacramento de la confirmación. Nos
alimenta constantemente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, cuando celebra el misterio de
la muerte y resurrección del Señor. Ella, por el sacramento de la penitencia,
nos reconcilia con el Padre y consigo misma, en virtud de la reconciliación
operada por Cristo en su muerte (cf. 2 Cor 5, 19).”
(de la Homilía
del Beato Juan Pablo II - Oración en el Parque Metropolitano de La Sabana -
San José de Costa Rica, 3 de marzo de 1983)
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