El desarrollo de las ciencias, por el aumento de racionalidad que aporta, reclama finalmente una visión de totalidad que las ciencias no ofrecen: el sentido del sentido. Porque, si bien es cierto que la ciencia es la forma privilegiada de conocimiento, de ahí no se concluye sin embargo que el saber científico sea la única forma legítima de saber. La fe, en esta perspectiva radicalmente reductiva, no aparecería más que como una representación ingenua de la realidad, ligada a una mentalidad mitológica. Al contrarío, en una perspectiva totalizante, importa mucho discernir los órdenes específicos y, lejos de oponer los contenidos, proponer su integración en una epifanía de la verdad.
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