Descubrir a Cristo es
la aventura más bella de toda nuestra vida. Pero no es suficiente descubrirlo
una sola vez. Cada vez que se descubre, se recibe un llamamiento a buscarle más
aún, y a conocerle mejor a través de la oración, la participación en los
sacramentos, la meditación de su Palabra, la catequesis y la escucha de las
enseñanzas de la Iglesia. Esta es nuestra tarea más importante, como lo
comprendió tan bien San Pablo cuando escribió: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21). El
redescubrimiento de Cristo ―cuando es auténtico― tiene como consecuencia
directa el deseo de llevarlo a los demás a saber el compromiso apostólico.
(Juan Pablo II Mensaje
para la IV JMJ)
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