La justicia es una virtud dinámica y viva: defiende y promueve la
inestimable dignidad de las personas y se ocupa del bien común, tutelando las
relaciones entre las personas y los pueblos. El hombre no vive solo, sino que
desde el primer momento de su existencia está en relación con los demás, de tal
manera que su bien como individuo y el bien de la sociedad van a la par. Entre
los dos aspectos hay un delicado equilibrio.
El respeto de los derechos humanos no comporta únicamente su protección
en el campo jurídico, sino que debe tener en cuenta todos los aspectos que
emergen de la noción de dignidad humana, que es la base de todo derecho. En tal
perspectiva, la atención adecuada a la dimensión educativa adquiere un gran
relieve. Además, es importante considerar también la promoción de los derechos
humanos, que es fruto del amor por la persona como tal, ya que el amor va más
allá de lo que la justicia puede aportar[6]. En el marco de esta promoción, se deberán realizar esfuerzos
ulteriores para proteger particularmente los derechos de la familia, la cual es
«elemento natural y fundamental de la sociedad»[7].
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