A causa de
su frágil potencial financiero y económico, hay naciones y regiones enteras del
mundo que corren el peligro de quedar excluidas de una economía que se
globaliza. Otras tienen mayores recursos, pero lamentablemente no pueden
beneficiarse de ellos por diversos motivos: desórdenes, conflictos internos,
carencia de estructuras adecuadas, degrado ambiental, corrupción extendida,
criminalidad y otros muchos más. La globalización debe ir unida a la
solidaridad. Por tanto, hay que asignar ayudas especiales que permitan a los
Países que sólo con sus propias fuerzas no pueden entrar con éxito en el
mercado global, la posibilidad de superar su actual situación de desventaja. Es
algo que se les debe por justicia. En una auténtica «familia de Naciones»,
nadie puede quedar excluido; por el contrario, se ha de apoyar al más débil y
frágil para que pueda desarrollar plenamente sus propias potencialidades
La cuestión de la deuda forma parte de un problema más amplio, que es la
persistencia de la pobreza, a veces extrema, y el surgir de nuevas
desigualdades que acompañan el proceso de globalización. Si el objetivo es una
globalización sin dejar a nadie al margen, ya no se puede tolerar
un mundo en el que viven al lado el acaudalado y el miserable, menesterosos
carentes incluso de lo esencial y gente que despilfarra sin recato aquello que
otros necesitan desesperadamente. Semejantes contrastes son una afrenta a la
dignidad de la persona humana. No faltan ciertamente medios adecuados para
eliminar la miseria, como la promoción de importantes inversiones sociales y
productivas por parte de todas las instancias económicas mundiales. Lo cual
requiere, sin embargo, que la Comunidad internacional se proponga actuar con la
determinación política necesaria.
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