“es típico de todos los regímenes totalitarios organizar un colosal aparato propagandístico para justificar los propios delitos e incitar a una intolerancia ideológica y a la violencia racista contra los que no merecen -se dice- ser considerados parte integrante de la comunidad. ¡Qué lejos está todo eso de la auténtica cultura de la paz! Esta supone el reconocimiento del vínculo intrínseco entre la verdad y la caridad. La cultura de la paz se construye rechazando desde el comienzo toda forma de racismo y de intolerancia, no cediendo de ningún modo a la propaganda racial, controlando las ambiciones económicas y políticas y rechazando con decisión la violencia y todo tipo de explotación.Los perversos mecanismos propagandísticos no se limitan a contradecir los datos de la realidad, sino que contaminan incluso la información sobre las responsabilidades, haciendo bastante difícil el juicio moral y político.”
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