“La pregunta sobre el propio destino está muy viva en el corazón del hombre. Es una pregunta grande, difícil, y sin embargo, decisiva: "¿Qué será de mí mañana?". Existe el riesgo de que respuestas equivocadas conduzcan a formas de fatalismo, de desesperación, o también de orgullosa y ciega seguridad: "Insensato, esta misma noche te pedirán el alma", amonesta Dios (cf. Lc 12, 20). Pero precisamente aquí se manifiesta la inagotable gracia de la Providencia Divina. Es Jesús quien aporta una luz esencial. Él, realmente, hablando de la Providencia Divina, en el Sermón de la Montaña, termina con la siguiente exhortación: "Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura" (Mt 6, 33; también Lc 12, 31). En la última catequesis hemos reflexionado sobre la relación profunda que existe entre la Providencia de Dios y la libertad del hombre. Es justamente al hombre, ante todo al hombre, creado a imagen de Dios, a quien se dirigen las palabras sobre el reino de Dios y sobre la necesidad de buscarlo por encima de todo lo demás.”
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