“Quien
«vive según la carne» siente la ley de Dios como un peso, más aún, como una
negación o, de cualquier modo, como una restricción de la propia libertad. En
cambio, quien está movido por el amor y «vive según el Espíritu» (Ga 5, 16), y desea servir a los demás, encuentra en
la ley de Dios el camino fundamental y necesario para practicar el amor
libremente elegido y vivido. Más aún, siente la urgencia interior —una
verdadera y propia necesidad, y no ya una constricción— de no detenerse ante las exigencias
mínimas de la ley, sino de vivirlas en su plenitud. Es un camino todavía incierto y
frágil mientras estemos en la tierra, pero que la gracia hace posible al darnos
la plena «libertad de los hijos de Dios» (cf. Rm 8, 21) y, consiguientemente, la capacidad de poder
responder en la vida moral a la sublime vocación de ser «hijos en el Hijo».”
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