“"polvo eres y al polvo
volverás" (Gén 3, 19). Todos los cementerios del mundo son una
confirmación incesante de estas palabras. Tanto en los que descansan los Papas,
obispos y sacerdotes, como en los que rezamos por nuestros seres queridos:
padres, hermanos y hermanas, amigos, bienhechores. Los cementerios en los que
descansan los hombres grandes y beneméritos de cada nación y en los que yacen
los sencillos, a veces quizá desconocidos, olvidados, que no tienen a nadie que
en el día de los difuntos encienda una luz sobre su tumba. A todos estos
lugares de la tierra, lejanos y cercanos, llega la misma oración por la paz
y la luz. Esta paz y esta luz eterna son la esperanza de los hombres que
viven en la tierra. Ellas, la paz y la luz son la expresión de la vida en la
que permanecen los hombres afectados por la muerte del cuerpo. Esta paz y esta
luz son fruto del misterio de la Encarnación de Dios, que meditamos cada vez
que rezamos el "Ángelus".”
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