“La relación que hay entre libertad del hombre y ley de Dios
tiene su base en el corazón de la persona, o sea, en su conciencia moral: «En lo
profundo de su conciencia —afirma el concilio Vaticano II—, el hombre descubre
una ley que él no se da a sí mismo, pero a la que debe obedecer y cuya voz
resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándolo siempre a
amar y a hacer el bien y a evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el
hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia está la
dignidad humana y según la cual será juzgado (cf. Rm 2,
14-16)» 101.”
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