En el centro de la actividad misionera está el anuncio de Cristo, el conocimiento y la experiencia de su amor. La Iglesia no puede sustraerse a este mandato explícito de Jesús, porque privaría a los hombres de la "buena nueva" de la salvación. Este anuncio no elimina la autonomía propia de algunas actividades como el diálogo y la promoción humana; por el contrario, las funda en la caridad difusiva y las ordena a un testimonio siempre respetuoso de los demás mediante el discernimiento atento de lo que el Espíritu suscita en ellos.
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