Ningún hombre puede
eludir las preguntas fundamentales: ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el
bien del mal? La respuesta es posible sólo gracias al esplendor de la verdad
que brilla en lo más íntimo del espíritu humano, como dice el salmista: «Muchos
dicen: "¿Quién nos hará ver la dicha?". ¡Alza sobre nosotros la luz
de tu rostro, Señor!» (Sal 4, 7).
La luz del rostro de Dios resplandece con toda
su belleza en el rostro de Jesucristo, «imagen de Dios invisible» (Col 1,
15), «resplandor de su gloria» (Hb 1, 3), «lleno de gracia y de
verdad» (Jn 1, 14): él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,
6). Por esto la respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en
particular a sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo; más aún,
como recuerda el concilio Vaticano II, la respuesta es la persona misma de
Jesucristo: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era figura
del que había de venir, es decir, de Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán,
en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su
vocación» 1.
(Papa Juan Pablo II CartaEncíclica Veritatis Splendor)