El
Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración
centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en
sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como
un compendio.[2] En
él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la
obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo
cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro
de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el
creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de
la Madre del Redentor.
(JuanPablo II Carta Apostolica Rosarium Virginis Mariae – 16 de octubre 2002)
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