Creo
«...en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre, que con
el Padre y el Hijo es adorado y glorificado, y que habló por los profetas».
Estas son las palabras del Símbolo de fe del primer Concilio de
Constantinopla del 381 [5],
que ha ilustrado el misterio del Espíritu Santo, de su origen del Padre,
afirmando de este modo la unidad e igualdad en la divinidad del Espíritu Santo
con el Padre y con el Hijo.
(Juan PabloII Carta Apostolica a Concilio Constantinopoitano I -25 de marzo de 1981)
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