En este lugar y en este
momento no podemos prescindir de pensar que sobre estas páginas también fijó la
propia reflexión San Benito durante su vida terrena. ¡Con qué eco tan profundo
debieron resonar en su alma las amenazas contra los ricos y contra las aberraciones
que ordinariamente acompañan a la posesión de excesivos bienes materiales!
Y qué vibración íntima de consentimiento y de
adhesión debió suscitar en él la palabra de Pablo a Timoteo, que también
acabamos de oír: "Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas y sigue la
justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre. Combate
los buenos combates de la fe, asegúrate la vida eterna, para la cual fuiste
llamado y de cual hiciste solemne profesión delante de muchos testigos" (1Tim 6,
11-12)
Benito fue hombre de Dios y se
convirtió en tal, siguiendo el camino de las virtudes tan claramente indicadas
por los Apóstoles. Siguiéndolo constante e incesantemente. Fue un auténtico peregrino del
Reino de Dios, un auténtico "homo viator". No se
detuvo a lo largo del camino, no se desvió hacia caminos más fáciles. Todo su
empeño estuvo orientado a seguir la consigna: combatir el buen combate de la fe
para "conservar sin tacha ni culpa el mandato hasta la manifestación de
nuestro Señor Jesucristo" (1 Tim 6, 14).
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