“El
amor y la vida según el Evangelio no pueden proponerse ante todo bajo la
categoría de precepto, porque lo que exigen supera las fuerzas del hombre. Sólo
son posibles como fruto de un don de Dios, que sana, cura y transforma el
corazón del hombre por medio de su gracia: «Porque la ley fue dada por medio de
Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (Jn 1, 17). Por esto, la promesa de la vida eterna
está vinculada al don de la gracia, y el don del Espíritu que hemos recibido es
ya «prenda de nuestra herencia» (Ef 1, 14).”
(Beato Juan pablo II EncìclicaVeritatis Splendor, 23)
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