“La Iglesia, por tanto, instruida por la palabra de Cristo, partiendo de la experiencia de Pentecostés y de su historia apostólica, proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo, como aquél que es dador de vida, aquél en el que el inescrutable Dios uno y trino se comunica a los hombres, constituyendo en ellos la fuente de vida eterna.”
(Juan Pablo II - de la Encíclica Dominum et vivificantem sobre el Espìritu Santo en la Vida de la Iglesia y del Mundo)
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