El eclipse del sentido de Dios y del hombre
conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el
utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta también aquí la perenne validez de
lo que escribió el Apóstol: « Como no tuvieron a bien guardar el verdadero
conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran
lo que no conviene » (Rm 1, 28). Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del
propio bienestar material. La llamada « calidad de vida » se interpreta
principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado,
belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas
—relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia.
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