“Provengo de una nación con una larga tradición de profunda fe
cristiana y con una historia nacional marcada por numerosas vicisitudes;
durante más de cien años, Polonia fue incluso borrada del mapa político de
Europa. Pero es también un país marcado por un profundo respeto hacia esos
valores sin los que ninguna sociedad puede prosperar: amor a la libertad,
creatividad cultural y convicción de que el empeño común por el bien de la
sociedad debe ser guiado por un auténtico sentido moral. Mi propia misión espiritual
y religiosa me impulsa a ser mensajero de paz y fraternidad, y a testificar en
pro de la grandeza de toda persona humana. Esta grandeza deriva del amor de
Dios, que nos creó a su propia imagen y nos concedió un destino eterno. En esta
dignidad de la persona humana es donde yo veo el significado de la historia y
donde encuentro el principio que confiere sentido al papel que todo ser humano
debe asumir de cara a su propio desarrollo y al bienestar de la sociedad a la
que pertenece.”
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