“Nacido de la Virgen
para ser oblación pura, santa e inmaculada, Cristo realizó sobre el altar de la
cruz el sacrificio único y perfecto, que cada Misa renueva y hace actual de
manera incruenta. En ese único sacrificio tomó parte activa María, la primera
redimida, la Madre de la Iglesia. Estuvo al lado del Crucificado, sufriendo
profundamente con su Unigénito: se asoció con espíritu materno a su sacrificio;
consintió con amor a su inmolación (cf. Lumen
gentium, 58; Marialis
cultus, 20): lo ofreció y se ofreció al Padre. Cada Eucaristía es
memorial de ese Sacrificio y de la Pascua que volvió a dar la vida al mundo;
cada Misa nos pone en comunión íntima con Ella, la Madre, cuyo sacrificio
"se vuelve a hacer presente", como "se vuelve a hacer
presente" el sacrificio del Hijo en las palabras de la consagración del
pan y del vino pronunciadas por el sacerdote (cf. Catequesis en la audiencia
general del miércoles, 1 de junio, n. 2; L'Osservatore Romano, Edición
en Lengua Española, 5 de junio de 1983, pág. 3).”
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