“La verdadera autonomía moral del hombre no significa en absoluto el rechazo,
sino la aceptación de la ley moral, del mandato de Dios: «Dios impuso al hombre
este mandamiento...» (Gn 2,
16). La
libertad del hombre y la ley de Dios se encuentran y están llamadas a
compenetrarse entre sí, en el sentido de la libre obediencia del hombre a
Dios y de la gratuita benevolencia de Dios al hombre.”
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