Donde no hay justicia —¿quién no lo sabe?—, allí no puede haber paz, porque la injusticia es ya un desorden y sigue siendo verdadera la palabra del Profeta: «Opus iustitiae pax: La paz será obra de la justicia» (Is 32, 17). Igualmente, donde no se respetan los derechos humanos —me refiero a los derechos inalienables, inherentes al hombre en cuanto es hombre—, allí no puede haber paz, porque toda violación de la dignidad personal favorece el rencor y el espíritu de venganza. Y aún más, donde no hay la formación moral que favorezca el bien, allí no puede haber paz, porque es necesario vigilar siempre y frenar las tendencias deteriores que se anidan en el corazón.
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