miércoles, 1 de mayo de 2024

Juan Pablo II a los jóvenes sobre la templanza y la sobriedad

 

(…) esta virtud cardinal os es necesaria de modo particular a vosotros, que os encontráis en ese período maravilloso y delicado en que vuestra realidad bio-síquica crece hasta la madurez perfecta, para llegar a ser física y espiritualmente capaces de afrontar las alternas vici­situdes de la vida. con sus más variadas exigencias.

Moderado es quien no abusa de la comida, la bebida o el placer; el que no toma bebidas alcohólicas inmoderadamente, no enajena la propia conciencia mediante el uso de estupefacientes, etc. En nosotros podemos imaginar un "yo inferior" y un "yo superior". En nuestro "yo inferior" viene expresado nuestro cuerpo con sus necesidades, deseos y pasiones de naturaleza sensible. La virtud de la templanza garantiza al hombre el dominio del "yo superior" sobre el 'yo inferior". ¿Acaso se trata en este caso de una humillación, de un menoscabo para nuestro cuerpo? ¡Al contrario! Este dominio le da mayor valor, lo sublima.

El hombre moderado es el que es dueño de sí; aquel en el que las pasiones no predominan sobre la razón, sobre la voluntad e incluso sobre el "corazón". Comprendemos, por tanto, que la virtud de la templanza es indispensable para que el hombre sea plenamente hombre, para que el joven sea auténticamente joven. El espectáculo triste y bochornoso de un alcoholizado o un drogado, nos hace comprender claramente cómo "ser hombre quiere decir en primer lugar respetar la propia dignidad, o sea, dejarse guiar por la virtud de la templanza.

Dominarse a sí mismo y dominar las pasiones propias, no significa en absoluto hacerse insensibles o indiferentes; la templanza de que hablarnos es una virtud cristiana, que aprendernos en las enseñanzas y en los ejemplos de Jesús, y no en la llamada moral "estoica".

La templanza exige de cada uno de nosotros una humildad específica en relación con los dones que Dios ha puesto en nuestra naturaleza hu­mana. Hay la "humildad del cuerpo" y la "del corazón". Esta humildad es condición necesaria para la armonía interior del hombre, para su belleza interior. Reflexionad bien sobre esto vosotros, jóvenes que os encontráis precisamente en la edad en la cual se tiene tanto afán de ser hermosos o hermosas para agradar a los otros. Un joven, una joven, deben ser hermosos ante todo y sobre todo interiormente. Sin esta belleza interior, todos los demás esfuerzos dedicados sólo al cuerpo no harán —ni de él ni de ella— una persona verdaderamente hermosa.

 (de la alocución de  Juan Pablo II en el encuentro con los jóvenes en la Basilica de San Pedro 22 de noviembre de 1978)

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