La
santidad consiste, primeramente, en vivir con convicción la realidad del amor
de Dios, a pesar de las dificultades de la historia y de la propia vida.
La
"santidad" consiste, además, en la vida de ocultamiento y de
humildad: saberse sumergir en el trabajo cotidiano de los hombres, pero en
silencio, sin ruidos de crónica, sin ecos mundanos.
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