(…) esta
virtud cardinal os es necesaria de modo particular a vosotros, que os
encontráis en ese período maravilloso y delicado en que vuestra realidad
bio-síquica crece hasta la madurez perfecta, para llegar a ser física y
espiritualmente capaces de afrontar las alternas vicisitudes de la vida. con
sus más variadas exigencias.
Moderado es quien no abusa de la
comida, la bebida o el placer; el que no toma bebidas alcohólicas
inmoderadamente, no enajena la propia conciencia mediante el uso de
estupefacientes, etc. En nosotros podemos imaginar un "yo inferior" y
un "yo superior". En nuestro "yo inferior" viene expresado
nuestro cuerpo con sus necesidades, deseos y pasiones de naturaleza sensible.
La virtud de la templanza garantiza al hombre el dominio del "yo
superior" sobre el 'yo inferior". ¿Acaso se trata en este caso de una
humillación, de un menoscabo para nuestro cuerpo? ¡Al contrario! Este dominio
le da mayor valor, lo sublima.
El hombre moderado es el que es
dueño de sí; aquel en el que las pasiones no predominan sobre la razón, sobre
la voluntad e incluso sobre el "corazón". Comprendemos, por tanto,
que la virtud de la templanza es indispensable para que el hombre sea
plenamente hombre, para que el joven sea auténticamente joven. El espectáculo
triste y bochornoso de un alcoholizado o un drogado, nos hace comprender
claramente cómo "ser hombre quiere decir en primer lugar respetar la
propia dignidad, o sea, dejarse guiar por la virtud de la templanza.
Dominarse a sí mismo y dominar
las pasiones propias, no significa en absoluto hacerse insensibles o
indiferentes; la templanza de que hablarnos es una virtud cristiana, que
aprendernos en las enseñanzas y en los ejemplos de Jesús, y no en la llamada
moral "estoica".
La templanza exige de cada uno
de nosotros una humildad específica en relación con los dones que Dios ha
puesto en nuestra naturaleza humana. Hay la "humildad del cuerpo" y
la "del corazón". Esta humildad es condición necesaria para la
armonía interior del hombre, para su belleza interior. Reflexionad bien sobre
esto vosotros, jóvenes que os encontráis precisamente en la edad en la cual se
tiene tanto afán de ser hermosos o hermosas para agradar a los otros. Un joven,
una joven, deben ser hermosos ante todo y sobre todo interiormente. Sin esta
belleza interior, todos los demás esfuerzos dedicados sólo al cuerpo no harán
—ni de él ni de ella— una persona verdaderamente hermosa.
(de la alocución de Juan Pablo II en el encuentro con los jóvenes en
la Basilica de San Pedro 22 de noviembre de 1978)