Como
ministro del Dios a quien presenta la Sagrada Escritura como «amante de la
vida» (cf. Sab 11, 25), quiero manifestar también mi sincera
admiración hacia todos los cirujanos que, siguiendo el dictamen de la recta
conciencia, saben resistir cada día a las lisonjas, presiones, amenazas y tal
vez hasta violencia física, para no mancharse con comportamientos siempre
lesivos de ese bien sagrado que es la vida humana: su testimonio valiente y
coherente constituye una aportación importantísima para la construcción de una
sociedad que, por ser a la medida del hombre, no puede menos de poner en su
base el respeto y la protección del presupuesto primordial de cualquier otro
derecho humano, esto es, el derecho a vivir.
(Del discursode Juan Pablo II a la Asociación de Médicos Católicos Italianos)
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