El Papa
une su voz gustosamente a la de todos los médicos de recta conciencia y hace
propias sus demandas fundamentales: en primer lugar, la de ver reconocida la
naturaleza más íntima de su noble profesión, que los quiere servidores de la
vida y nunca instrumentos de muerte; también un respeto pleno y total, en la
legislación y en la práctica, a su libertad de conciencia, entendida como derecho
fundamental de la persona para no ser forzada a obrar contra la propia
conciencia, ni se le impida comportarse de acuerdo con ella; finalmente, una
indispensable y firme protección jurídica de la vida humana en todos sus
estadios, también en las adecuadas estructuras activas que favorecen la acogida
gozosa de la vida naciente, la promoción eficaz durante su desarrollo y
madurez, y su tutela cuidadosa y delicada cuando comienza su decadencia y hasta
su muerte natural.
(Del discursode Juan Pablo II a la Asociación de Médicos Católicos Italianos)
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