Fue precisamente al pie
de la cruz, donde la maternidad espiritual de María llegó en cierto sentido a
su momento clave. «Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que
estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19, 26).
Así vinculaba Jesús, de forma nueva, a María, su Madre, con el hombre; con el
hombre al que había entregado el Evangelio.
Jesús la vinculó entonces a cada hombre, como la
vincula después a la Iglesia, el día de su nacimiento histórico, es decir, el
día de Pentecostés. Desde ese día toda la Iglesia la tuvo como Madre, y todos
los hombres la tienen como Madre. Entienden las palabras pronunciadas desde lo
alto de la cruz como dirigidas a cada uno de ellos. La maternidad espiritual no
conoce límites; se extiende en el tiempo y en el espacio y llega a todos los
corazones humanos. Llega a todas las naciones y viene a ser piedra angular de
la cultura humana. Maternidad: realidad humana grande, espléndida, fundamental,
presente al comienzo de los tiempos en el plan del Creador, ratificada
solemnemente en el misterio del nacimiento de Dios, al que ahora ya permanece
inseparablemente unida.
(JuanPablo II en sus palabras a los jóvenes en la Basilica de San Pedro, 10 de enerode 1979)
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