Frente a la
secularización que ha embestido a la sociedad y a los fermentos que han turbado
desde dentro a la Iglesia en los años pasados, Pablo VI, incomprendido, y a
veces incluso calumniado, fue siempre un faro de luz para todos los hombres,
confirmando continuamente en la fe a sus hermanos. Me agrada recordar lo que he
escrito de él en la reciente Encíclica Redemptor hominis: «Como timonel de la
Iglesia, barca de Pedro, sabía conservar una tranquilidad y un equilibrio
providencial, incluso en los momentos más críticos, cuando parecía que ella era
sacudida desde dentro, manteniendo una esperanza inconmovible en su
compactibilidad... Se debe gratitud a Pablo VI porque, respetando toda
partícula de verdad contenida en las diversas opiniones humanas, ha conservado
igualmente el equilibrio providencial del timonel de la barca» (núms. 3 y 4).
Los discursos, las Encíclicas, las Exhortaciones
Apostólicas que nos ha dejado en herencia, son un monumento de doctrina, una
verdadera Summa Theologica.
(del discurso de JuanPablo II a un grupo de peregrinos de Brescia, Italia)
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