viernes, 15 de noviembre de 2024

Elementos esenciales del sacerdocio católico

 

Nuestra fuerza interior está en la vocación.

 ¡Hemos sido llamados! ¡Esta es la verdad fundamental que debe infundirnos ánimo y alegría! Jesús mismo dice a los Apóstoles: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16).  (…)  La llamada nos da la fuerza para ser con constancia y fidelidad lo que somos: en los momentos de serenidad, pero sobre todo en los momentos de crisis y desaliento, digámonos a nosotros mismos: «¡Animo! ¡He sido llamado! "Heme aquí, envíame a mi" » (Is 6, 8).

Nuestro gozo es la Eucaristía.

Recordemos las palabras del divino Maestro a los Apóstoles: "Os llamo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15).

El sacerdote es ante todo para la Eucaristía y vive de la Eucaristía. ¡Nosotros podemos "consagrar" y encontrar personalmente a Cristo con el poder divino de la "transustanciación"; nosotros podemos recibir a Jesús vivo, verdadero, real; podemos distribuir a las almas el Verbo, encarnado, muerto y resucitado por la salvación del mundo! ¡Cada día estamos en audiencia privada con Jesús!

(…)

Finalmente, nuestra preocupación debe ser el amor y el servicio a las almas, en el puesto que la Providencia nos ha asignado por medio de los superiores. En cualquier lugar que nos encontremos, en las agitadas parroquias de las metrópolis, como en los pueblos aislados de las montañas, allí siempre hay personas que amar, servir, salvar; siempre hay que meditar en las palabras consoladoras que sellarán nuestro destino eterno: "¡Muy bien, siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, ven y toma parte en el gozo de tu Señor!" (cf. Mt 25, 23).

 

(Del discurso de Juan Pablo II a un grupo de sacerdotes de Milan – 21 de abril de 1979)

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