“La caridad divina es testamento de vida que,
si se vive en la existencia diaria, nos permite realizar cada vez más a fondo
la unidad que el mismo Jesús imploró intensamente al Padre durante la última
cena: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también
sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,
21). Sólo el mandamiento del amor, un amor que llegue hasta la entrega total de
la propia vida, es el secreto de la resurrección.
Aquí
radica el centro de la novedad cristiana. En el silencio de la oración y de la
contemplación podemos entrar en contacto con Cristo y escuchar sus palabras:
«Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida (...). Nadie me la quita; yo la
doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo» (Jn 10,
17-18). Por tanto, una espiritualidad de comunión para los pastores de la
Iglesia significa el compromiso de una entrega total; quiere decir considerar
la cruz del otro como propia.”
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