“Todo cristiano debe profundizar
su fe constantemente; esto lo ayudará a acercarse más a Cristo resucitado y
a ser su testigo en la sociedad. En efecto, en un mundo donde las personas no
dejan de perfeccionar sus conocimientos científicos y técnicos, el conocimiento
de la fe no puede limitarse al catecismo aprendido en la infancia. Para crecer
humana y espiritualmente, el cristiano necesita evidentemente una formación
permanente. Sin ella, corre el riesgo de no acertar en las opciones, a veces
arduas, que tiene que hacer durante su vida y en el cumplimiento de su misión
cristiana específica, en medio de sus hermanos. Porque, como dice uno de los
textos más antiguos de la literatura patrística, «lo que es el alma en el
cuerpo, eso son los cristianos en el mundo (...). El lugar que Dios les ha
confiado es tan hermoso, que no pueden abandonarlo» (Carta a Diogneto,
n. 6).”
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