“En la perfección de su
naturaleza espiritual, los ángeles están llamados desde el principio, en virtud
de su inteligencia, a conocer la verdad y a amar el bien que conocen en la
verdad de modo mucho más pleno y perfecto que cuanto es posible al hombre. Este
amor es el acto de una voluntad libre, por lo cual también para los ángeles la libertad
significa posibilidad de hacer una elección en favor o en contra del Bien
que ellos conocen, esto es, Dios mismo. Hay que repetir aquí lo que ya hemos
recordado a su debido tiempo a propósito del hombre: creando a los seres
libres, Dios quiere que en el mundo se realice aquel amor verdadero que sólo
es posible sobre la base de la libertad. Él quiso, pues, que la creatura,
constituida a imagen y semejanza de su Creador, pudiera, de la forma más plena
posible, volverse semejante a Él: Dios, que "es amor" (1 Jn 4,
16). Creando a los espíritus puros, como seres libres, Dios, en su Providencia,
no podía no prever también la posibilidad del pecado de los ángeles.
Pero precisamente porque la Providencia es eterna sabiduría que ama, Dios supo
sacar de la historia de este pecado, incomparablemente más radical, en cuanto
pecado de un espíritu puro, el definitivo bien de todo el cosmos creado.”
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