“El hombre puede reconocer el bien y
el mal gracias a aquel discernimiento del bien y del mal que él mismo realiza
mediante su razón iluminada por la revelación divina y por la fe, en virtud de la ley que Dios ha dado al pueblo elegido,
empezando por los mandamientos del Sinaí. Israel fue llamado a recibir y vivir la
ley de Dios como don particular y signo de la elección y de la alianza divina, y a la vez como garantía de la bendición de Dios. Así Moisés
podía dirigirse a los hijos de Israel y preguntarles: «¿Hay alguna nación tan
grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor nuestro Dios
siempre que le invocamos? Y ¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas
sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?» (Dt 4, 7-8).”
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