“Cuando, llevando hasta el extremo la lógica de su amor, Dios elevó a la gloria del cielo a María en cuerpo y alma, se realizó el último misterio: ella, que Jesús crucificado había dado como madre al discípulo a quien amaba (cf. Jn 19, 26-27), vive ya su presencia materna en el corazón de la Iglesia, al lado de cada uno de los discípulos de su Hijo, y participa de una manera única en la eterna intercesión de Cristo para la salvación del mundo.”
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