“La marginación o
incluso el rechazo de los ancianos son intolerables. Su presencia en la familia
o al menos la cercanía de la misma a ellos, cuando no sea posible por la
estrechez de la vivienda u otros motivos, son de importancia fundamental para
crear un clima de intercambio recíproco y de comunicación enriquecedora entre
las distintas generaciones. Por ello, es importante que se conserve, o se restablezca
donde se ha perdido, una especie de « pacto » entre las generaciones, de modo
que los padres ancianos, llegados al término de su camino, puedan encontrar en
sus hijos la acogida y la solidaridad que ellos les dieron cuando nacieron: lo
exige la obediencia al mandamiento divino de honrar al padre y a la madre (cf. Ex
20, 12; Lv 19, 3). Pero hay algo más. El anciano no se debe
considerar sólo como objeto de atención, cercanía y servicio. También él tiene
que ofrecer una valiosa aportación al Evangelio de la vida. Gracias al
rico patrimonio de experiencias adquirido a lo largo de los años, puede y debe
ser transmisor de sabiduría, testigo de esperanza y de caridad.”
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