lunes, 16 de septiembre de 2024

Juan Pablo II : cercanía con el pueblo judío

 

Estoy seguro de que el hecho mismo de este encuentro de hoy, que ustedes tan amablemente han pedido tener, es en sí mismo una expresión de diálogo y un nuevo paso hacia ese más pleno entendimiento mutuo que estamos llamados a conseguir. Al buscar esta meta estamos todos convencidos de ser fieles y obedientes a la voluntad de Dios, el Dios de los Patriarcas y Profetas….. Todos nosotros, judíos y cristianos, oramos frecuentemente a El con las mismas oraciones, tomadas del Libro que ambos consideramos ser la Palabra de Dios. A El pertenece brindar a ambas comunidades religiosas, tan cercanas la una de la otra, aquella reconciliación y amor eficaz que son al mismo tiempo su precepto y su don (cf. Lev 19, 18; Mc 12. 30). En este sentido, creo, cada vez que los judíos recitan el Shema Israel y cada vez que los cristianos recuerdan el primero y segundo mandamiento grande, somos, por la gracia de Dios, traídos a una mayor cercanía.

(JuanPablo II en su discurso a los representantes de las organizaciones judías mundiales– 12 de marzo de 1979)

sábado, 14 de septiembre de 2024

Pensar en el Paraiso

 

¡Debemos pensar en el paraíso! ¡Jugamos la carta de nuestra vida cristiana apostando por el paraíso! Esta certeza y esta espera no desvía de nuestros compromisos terrenos, más aún, los purifica, los intensifica, como lo prueba la vida de todos los Santos. Nuestra vida es un camino hacia el paraíso, donde seremos amados y amaremos para siempre y de modo total y perfecto. Se nace sólo para ir al paraíso.

El pensamiento del paraíso debe volveros fuertes contra las tentaciones, comprometidos en vuestra formación religiosa y moral, vigilantes respecto al ambiente en que debéis vivir, confiados en que, si estáis unidos a Cristo, triunfaréis sobre toda dificultad.

Un gran poeta francés, convertido en su juventud, Paul Claudel, escribía: «El Hijo de Dios no vino a destruir el sufrimiento, sino a sufrir con nosotros. No vino a destruir la cruz, sino a tenderse sobre ella. Nos ha enseñado el camino para salir del dolor y la posibilidad de su transformación» (Positions et propositions).

(JuanPablo II en su alocución a los jóvenes en la parroquia romana de San Basilio –11 de marzo de 1979)

Quien es Jesús?

 

Jesús no es sólo una figura excelsa de la historia humana, un héroe, un hombre representativo: es el Hijo de Dios, como nos recuerda el acontecimiento llamativo de la transfiguración… es el Emmanuel, Dios con nosotros, el amigo divino, ¡el único que tiene palabras de vida eterna! Es la luz en las tinieblas; es nuestra alegría porque sabemos que nos ama a cada uno personalmente. «¿Qué diremos, pues, a esto? —escribía San Pablo a los romanos—. Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El, que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros... Cristo Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que intercede por nosotros...» (Rom 8, 31-54).

(JuanPablo II en sus palabras a los jóvenes en la parroquia romana de San Basilio –11 de marzo de 1979)


viernes, 13 de septiembre de 2024

La Palabra de Dios fundamento de toda acción sacerdotal

 En una palabra, la primera prioridad de los seminarios hoy en día es la enseñanza de la Palabra de Dios en toda su pureza e integridad, con todas sus exigencias y todo su poder. La Palabra de Dios y sólo la Palabra de Dios, es el fundamento de todo ministerio, de toda actividad pastoral, de toda acción sacerdotal. El poder de la Palabra de Dios fue la base dinámica del Concilio Vaticano II, y Juan XXIII lo puso de manifiesto claramente el día de la inauguración: «Lo que principalmente atañe al Concilio Ecuménico es esto: que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz» (Discurso del Papa del 11 de octubre de 1962).

(del discurso de JuanPablo II a varios rectores de seminarios – 3 de marzo de 1979)

¿Qué sentido tiene la vida?

 

Y consiguientemente, ¿qué sentido tiene la historia humana?

Ciertamente es la pregunta más dramática y también la más noble, que califica verdaderamente al hombre en su naturaleza de persona inteligente y volitiva….. En efecto, el hombre no puede encerrarse en los límites del tiempo, en el círculo de la materia, en el nudo de una existencia inmanente y autosuficiente; puede intentar hacerlo; puede incluso afirmar con palabras y gestos que su patria es sólo el tiempo y que su casa es sólo el cuerpo. Pero en realidad la pregunta suprema lo agita, lo punza y lo atormenta. Es una pregunta que no se puede eliminar.

Sabemos cómo, por desgracia, gran parte del pensamiento moderno, ateo, agnóstico, secularizado, insiste en afirmar y enseñar que la pregunta suprema sería una enfermedad del hombre, una ilusión de género psicológico y sentimental, de la que es necesario curarse, afrontando valientemente el absurdo, la muerte, la nada.

Es una filosofía sutilmente peligrosa, porque sobre todo el joven, todavía frágil en su pensamiento, sacudido por las dolorosas vicisitudes de la historia pasada y presente, por la inestabilidad e incertidumbre del futuro, a veces traicionado en los afectos más íntimos, marginado, incomprendido, desocupado, puede sentirse empujado por esa filosofía a la evasión en la droga, en la violencia o en la desesperación.

Sólo Jesucristo es la respuesta adecuada y ultima a la pregunta suprema acerca del sentido de la vida y de la historia.

(del discurso de JuanPablo II a una representación del Ejercito Italiano 1 de marzo de 1979)

miércoles, 4 de septiembre de 2024

La sacralidad de la vida humana

 

Fiel a la misión recibida de su divino Fundador, la Iglesia ha afirmado siempre, pero con especial fuerza en el Concilio Ecuménico Vaticano II, la sacralidad de la vida humana. ¿Quién no recuerda aquellas palabras solemnes?: "Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo en modo digno del hombre. Por tanto, la vida humana desde su concepción, ha de ser salvaguardada, con el máximo cuidado" (Constitución pastoral Gaudium et spes51). Fortalecidos con esta convicción, los Padres conciliares no dudaron en condenar, sin medios términos, todo "cuanto atenta contra la vida —homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado—; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al trabajador al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana" (ib., 27).

(Juan PabloII discurso al II Congreso Europeo del Movimiento por la Vida – 26 de febrero de1979)

Liberación y conocimiento de la verdad

 

El mismo Jesús vincula la "liberación" al conocimiento de la verdad: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32). En esta afirmación se halla la significación íntima de la libertad que Cristo nos da. La liberación es una transformación interior del hombre, en cuanto consecuencia dimanante del conocimiento de la verdad; se trata de un proceso espiritual de maduración, mediante el cual el hombre se convierte en representante y portavoz de la «justicia y santidad verdaderas» (Ef 4, 24) en los distintos niveles de la vida personal, individual y social. Pero esta verdad no es la simple verdad de carácter científico o histórico; es Cristo mismo —Palabra del Padre encarnada— que puede decir de Sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Por ello, durante su vida terrena Jesús se opuso reiteradamente y con fuerza, con firmeza y decisión, a la "no-verdad", si bien era consciente de lo que le esperaba.

(JuanPablo II en su discurso a los jóvenes en la Basílica de san Pedro – 21 defebrero de 1979)

lunes, 2 de septiembre de 2024

El juez eclesiástico

 El juez eclesiástico… no sólo deberá tener presente que la «exigencia primaria de la justicia es respetar a las personas» (L. Bouyer, L'Eglise de Dieu, Corps du Christ et temple de l'Esprit, París 1970, 599), sino más allá de la justicia él deberá tender a la equidad, y más allá de ésta, a la caridad (cf. P. Andrieu-Guitrancourt, Introduction sommaire à l'etude du droit en général et du droit canonique en particulier, París 1963, 22).

En defensa de los derechos humanos

 «Al insistir —muy justamente— en la defensa de los derechos humanos, nadie puede perder de vista las obligaciones y deberes que van implícitos en esos derechos. Todos tienen la obligación de ejercer sus derechos fundamentales de modo responsable y éticamente justificado. Todos los hombres y mujeres tienen el deber de respetar en los demás los derechos que reclaman para sí. Asimismo todos debemos aportar la parte que nos corresponde en la construcción de una sociedad que haga posible y factible el disfrute de los derechos y el cumplimiento de los deberes inherentes a tales derechos» (Mensaje a la Organización de las Naciones UnidasL'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 24 de diciembre de 1978, pág. 14).